
A pesar de que existe una frialdad y una distancia considerables en el film, algunas de las emociones se consiguen contagiar a quienes estamos al otro lado de la pantalla. Las situaciones, aunque no pasan de anecdóticas, no son totalmente despreciables y tampoco podemos quejarnos de que los conflictos tarden en plantearse o de que lo que se cuenta se quede detenido en el tiempo a lo largo de los 91 minutos de su exageradamente paralelizado montaje.
Por lo tanto, no se podría decir que la película sea mala o que tenga ningún defecto concreto. Sin embargo, la directora elige contarnos sus tres historias de manera muy pausada y lenta. Y esto, a pesar de no ser un fallo por falta de ritmo en el guión ni en el montaje, sino una elección estética, tiene la inevitable consecuencia de convertir el film en aburrido.
Quizá los momentos más bajos de ‘53 días de invierno’ son aquellos en los que los personajes escuchan en la radio historias de seres que se sienten tan solos como ellos mismos. Estos testimonios no sólo son innecesarios para que sintamos la soledad de los personajes, sino que, además, son demasiado obvios y literales. Y componen los instantes más soporíferos de todo el largometraje. También encuentro superfluos los carteles que anuncian el día que comienza, ya que, además, se trata de un recurso muy manido. Pero son detalles mínimos dentro de la globalidad del film.
Texto extraído de www.blogdecine.com
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